Una tradición perdida al cruzar el pont de Sant Bernat

A Don Felipe Garín y Ortiz de Taranco

 

El puente de San Bernardo en Alzira

Puente de San Bernardo con los Casalicios

Decisiones técnicas han aconsejado abordar la restauración de los casalicios del pont de Sant Bernat, en varias etapas. La primera de ellas, realizada en los prolegómenos de la presente Semana Santa, consistió en apear las imágenes mayores y posponer para una fase ulterior el desmonte íntegro de los edículos junto a la estatuaria menor que los corona. Tras haberme comprometido a redactar un artículo sobre el monumento, pospongo la aproximación histórico-artística acerca de las esculturas al fin del trabajo de los técnicos. En su lugar, para no ser descortés con la invitación cursada por Josep Lluís Andrés, abordaré de manera simplificada una de las tradiciones vinculadas al espacio mágico-religioso de los casalicios del demolido puente del arrabal.

La «ruta» del colegio

El pont de Sant Bernat forma parte del paisaje urbano de quienes nacimos en la larga posguerra. Cruzarlo, integrado en la «ruta» de párvulos, que a manera de procesionaria del pino caminaba rumbo al colegio de la Purísima dirigidos por la tutora, resultaba una experiencia divertida. Mi hermana y yo, domiciliados en el número 12 de la calle General Asensio -hoy Pérez Galdós-, aguardábamos impacientes la llegada de nuestros compañeros de infancia. Integrados en la «ruta» y fuertemente cogidos de la mano, realizábamos un itinerario a lo largo del cual se iban integrando otros niños a su vez confiados por sus familiares a la seguridad de nuestra acompañanta. Esta, pendiente de todos nosotros, acrecentaba su actitud protectora cuando enfilábamos por las estrechas aceras del pont de Sant Bernat. En su empedrada vía, de doble dirección, acostumbraban atascarse vehículos a motor, carruajes tirados por caballerías y ciclistas. El espectáculo alcanzaba su cenit cuando algún percherón, uncido a un pesado carro, encontraba dificultad en remontar el repecho. Un caudal de improperios, vociferados por el carretero, acompañaba el sin fin de chispas que hacían brotar del adoquinado de granito las herraduras del pobre animal. De aquellos años, ajeno a las esculturas que coronaban los casalicios, todavía recuerdo el maloliente liondón invadido por la maleza.

Las lápidas epigráficas

Debió discurrir algún tiempo hasta que pude reparar en la existencia de las esculturas que cobijaban los edículos. Mi padre fue el cicerón: «Mira, Bernardito, en este casilicio está San Bernardo, tu santo patrón. Y aquí enfrente -su brazo describía un arco hasta el otro edículo- sus hermanas María y Gracia. Los tres fueron martirizados por orden de su propio hermano». Nada me dijo de las pequeñas esculturas que coronaban las pétreas construcciones. Otro día, amplió su explicación. «Fíjate en esas lápidas. Observa que están brillantes en su parte inferior. Aguarda y verás el porqué». No tardé en comprender la causa. A los pocos minutos, un par de enlutadas señoras se detuvieron ante uno de los casalicios y se santiguaron tras rozar con la yena de sus dedos la piedra epigráfica. «Esta tradición -concluyó- es tan antigua como el puente. En esas piedras negras está anotada la fecha de su construcción y quienes pagaron la obra». Años más tarde, cuando junto a Alfonso Rovira publicamos los dos volúmenes de «El puente de San Bernardo. Iconografía y tradición »(1984-1985), completé la información infantil sobre el significado mágico y totémico -taumatúrgico en terminología católica- del puente y sus puertas. También, la identidad y el poder benefactor de San Agustin, San Gregorio, San Silvestre y las vírgenes y mártires, Santas Bárbara, Catalina y Lucía. Todo este santoral, junto a un Angel Custodio que coronaba el edículo del monje cisterciense, deparaba protección a quien cruzara el puente o partiese de viaje.

«Casilicios», Casalicios

Fue mi maestro Don Felipe Garín y Ortiz de Taranco, catedrático de Historia de Arte de la Facultad de Valencia y Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos quien me sugirió al editar mi primer artículo en la revista de la Academia, que la voz «Casilicio» no era correcta. «El término exacto es casalicio o edículo. Caso de mantener la voz que utilizan ustedes en Alzira, entrecomíllelo o escríbalo con letra cursiva». Debemos al doctor Garin la fortuna de este nuevo vocablo, que desde comienzo de la década de los 80, todos hemos comenzado a utilizar.

Felicitemos a la corporación municipal por haberse propuesto hacer realidad una vieja aspiración de los alzireños: enderezar los edículos y restaurar las deterioradas esculturas. En adelante, cuando de nuevo acompañe a los alumnos del rey Don Jaime a visitar la ciudad, tendré que dejar de sugerirles que constaten el grado de inclinación de los casalicios tomando como referencias los semáforos emplazados ante la farmacia Alamanzón o el puesto de prensa y golosinas de «Palmireta».

Bernardo Montagud Piera

2004

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