En el centenario de «ENTRE NARANJOS»

Los Santos Patronos en la novela de Blasco Ibañez

Dentro de unos meses se cumplirán cien años en que Vicente Blasco Ibáñez, el prolífico escritor valenciano, dió a sus lectores una de sus mejores producciones literarias. Me refiero a la conocida novela «Entre Naranjos », aquella con la que el gran literato universalizó para siempre el nombre de nuestra ciudad.

Un grupo de alzireños, amantes de la historia, tradiciones y costumbres de nuestro pueblo, nos hemos constituido en comisión por tal de programar actos con la aspiración de que contrariamente a lo que suele suceder con otras efemérides- esta no pase desapercibida.

En «Entre Naranjos » Blasco Ibañez retrató, casi a la perfección, el alma de los habitantes de nuestra tierra. La lectura de la obra -aparte el argumento y las vivencias de los personajes- nos retrotraen a la Alzira de finales del XIX, una ciudad provinciana en la que convivían las ideas y creencias más dispares. El trama, que tiene en Rafael Brull y Leonora a sus principales protagonistas, ha sido recreado por Josefina Molina recientemente ya que la conocida cineasta lo adaptó para una producción cinematográfica que tuvimos ocasión de ver en la pequeña pantalla no hace mucho.

El casalicio de San Bernardo durante la riada de 1982

Riada de 1982

En distintos pasajes Blasco Ibañez saca a colación escenas relacionadas con la religiosidad de nuestros antepasados. El escritor que visitó la ciudad en diversas ocasiones, una de ellas en agosto de 1899 en que conocería, de la mano de sus correligionarios políticos los preparativos de las grandes solemnidades que en honor de Nuestra Señora del Lluch y de los Santos Bernardo, María y Gracia, se iban a celebrar apenas dos meses después con motivo del II Centenario de la veneración de la imagen de la patrona y el III del hallazgo de las reliquias de los mártires, se sirvió para su novela de tradiciones y hechos en torno a los santos y la Virgen patronos de Alzira.

De hecho el primero de los personajes que aparece en la novela -la madre del protagonista principal- será doña Bernarda [1], femenino del nombre del mártir alzireño, patronímico muy popular entre las féminas alzireñas a finales del siglo XIX y primer tercio del XX.

En varios capítulos de la novela aparecen situaciones relacionadas con San Bernardo y sus hermanas Gracia y María. Ya en el primero se da cuenta del famoso «puente del Arrabal» sobre el que se localizaban, sendos «casilicios» [2] que guardaban unas imágenes mutiladas y cubiertas de polvo». Se refiere a las de los patronos. Blasco aprovecha para dar cuenta de los recuerdos de niñez de Rafael, una infancia «vigilada por una madre de devoción crédula e intransigente» y aprovecha para señalar la leyenda, de la que se hace eco Sanchis Sivera [3], de la manifiesta enemistad entre San Vicente Ferrer y San Bernardo –imposible por intemporal [4]– que se popularizó y se cuenta en la novela de la siguiente forma:

«El elocuente fraile llegaba a Alcira en una de sus correrías de predicador y se detenía en el puente, ante la casa de un veterinario, pidiendo que le herrasen su borriquilla. Al marcharse, le exigía el herrador al precio de su trabajo, e indignado San Vicente, por su costumbre de vivir a costa de los fieles, miraba al Júcar exclamando:
– Algún día dirán: asi estaba Alsira.
– No, mentres Bernat estiga -contestaba desde su pedestal la imagen de San Bernardo. Y efectivamente, allí estaba aún la estatua del santo, como centinela eterno, vigilando el Júcar para oponerse a la maldición del rencoroso San Vicente.
Es verdad que el río crecía y se desbordaba todos los años, llegando hasta los mismos pies de Sant Bernat [5], faltando poco para arrastrarle en su corriente; es verdad también que cada cinco o seis años derribaba casas, asolaba campos, ahogaba personas y cometía otras espantables fechorías, obedeciendo la maldición del patrón de Valencia; pero el de Alcira podía más [6], y buena prueba era que la ciudad seguía firme y en pie, salvo los consiguientes desperfectos y peligros cada vez que llovía mucho y bajaban las aguas de Cuenca.»

El capítulo quinto de la novela, que narra en parte, con precisión de detalles, una inundación de la ciudad, es aprovechado por Blasco para, con mayor extensión, señalar la fama del santo respecto a su intervención como protector de Alzira en las frecuentes riadas que la ciudad padecía. Estos son, algunos de los pasajes del relato:

«… El río era el amigo de Alcira; se guardaban el afecto de un matrimonio que, entre besos y bofetadas, llevase seis o siete siglos de vida común. Además, para la gente menuda, estaba allí el “padre” San Bernardo, tan poderoso como Dios en todo lo que tocase a Alcira, y único capaz de domar aquel monstruo que desarrollaba sus ondulantes anillos de olas rojizas…

Cerca de dos días duraba aquel diluvio. Cerró la noche, y en la oscuridad sonaba lúgubre el mugido del río. Sobre su negra superficie reflejábanse, como inquietos pescados de fuego, las luces de las casas ribereñas y los farolillos de los curiosos que examinaban las orillas…

Toda aquella gente de los arrabales, al verse en las tinieblas de la noche, con la casa inundada, perdió la calma burlona de que había hecho alarde durante el día. La dominaba el pavor de lo sobrenatural y buscaba con infantil ansiedad una protección, un poder fuerte que atajase el peligro. Tal vez esta riada era la definitiva. ¿Quién sabe si serían ellos los destinados a perecer con las últimas ruinas de la ciudad?… Las mujeres gritaban asustadas al ver las míseras callejuelas convertidas en acequias:

– ¡El pare Sant Bernat!… ¡Que traguen al pare Sant Bernat!
Los hombres se miraban con inquietud. Nadie podía arreglar aquello como el glorioso patrón. ya era hora de buscarle, cual otras veces, para que hiciese el milagro [7].
Había que ir al Ayuntamiento; obligar a los señores de viso, gente algo descreída, a que sacasen el santo para el consuelo de los pobres.

En un momento se formó un verdadero ejército. Salían de las lóbregas callejuelas, chapoteando en el agua como ranas, vociferando su grito de guerra: «¡Sant Bernat! ¡Sant Bernat»… Al frente del inmenso grupo iban unos mocetones con hachas de viento, cuyas llamas se enroscaban crepitantes bajo la lluvia, paseando sus reflejos de incendio sobre la vociferante multitud.
– ¡Sant Bernat! ¡Sant Bernat!… ¡Viva el pare Sant Bernat!…
Iban todos al Ayuntamiento, furiosos y amenazantes, como si solicitaran algo que podían negarles, y entre la muchedumbre veíanse escopetas, viejos trabucos y antiguas pistolas de arzón, enormes como arcabuces. Parecía que iban a matar al río.
El alcalde, con todos los del Ayuntamiento, aguardaban a la puerta de la casa de la ciudad. Habían llegado corriendo, seguidos de alguaciles y gente de la ronda, para hacer frente al motín.
– ¿Qué voleu? -preguntaba el alcalde a la muchedumbre.
¡Qué habían de querer! El único remedio, la salvación: llevar al santo omnipotente a la orilla del río para que le metiera miedo con su presencia; lo que venían haciendo siglos y siglos sus ascendientes, gracias a lo cual aún existía la ciudad…
Y acudía a la memoria de la gente sencilla el recuerdo de los prodigios aprendidos en la niñez sobre las faldas de la madre; las veces que en otros siglos había bastado asomar a San Bernardo a un callejón de la orilla, para que inmediatamente el río se fuera hacia abajo, desapareciendo como el agua de un cántaro que se rompe.
El Alcalde, fiel a la dinastía de los Brull, estaba perplejo. Le atemorizaba el populacho y quería acceder, como de costumbre; pero era grave falta no consultar al quefe. Por fortuna, cuando la gran masa negra comenzaba a revolverse indignada por su silencio y salían de ella silbidos y gritos hostiles, llegó Rafael…
Rafael, después de hacerse explicar por los más exaltados el deseo de la manifestación, ordenó con majestuoso ademán:
– Concedido; que saquen a Sant Bernat.
Entre un estrépito de aplausos y vivas a Brull, la negra avalancha se dirigió a la Iglesia. Había que hablar con el cura para sacar el Santo; y el buen párroco, bondadoso, obeso y un tanto socarrón, se resistía siempre a acceder a lo que él llamaba una tradicional mojiganga. Le complacía poco salir en procesión, bajo un paraguas, con la sotana remangada, perdiendo a cada paso los zapatos en el barro. Además, cualquier día, después de sacar en rogativa a San Bernardo, el río se llevaba media ciudad, ¿y en qué postura -como decía él- quedaba la religión por culpa de aquella turba de vociferadores?
– Puesto que ustedes lo quieren, sea -dijo por fin-. Saquen el santo, y que Dios se apiade de nosotros.
Una aclamación inmensa de la muchedumbre que llenaba la plaza de la Iglesia saludó la noticia.»

Vicente Blasco Ibañez aprovecha la ocasión para retrotraernos en el espacio y en el tiempo a la historia, harto conocida, de Ahmet, Zaida, Zoraida y Almanzor. Da cuenta de la vida de quien se convirtió al cristianismo, en Santa María de Poblet, tomando el nombre de Bernardo, de su vuelta al Reino de Valencia, de la conversión de sus hermanas -ahora María y Gracia- a la religión de Cristo, del enfado de quien consideró aquel cambio una afrenta, de la persecución ordenada por Almanzor y de como sufrieron martirio en las inmediaciones de Alzira, cerca del río.

El relato sigue dando cuenta de la organización de la procesión y de sus prolegómenos, en estos términos:

«Frente a la iglesia brillaban como un incendio los grupos de hachones, y al través del gran hueco de la puerta veíanse, cual lejanas constelaciones, los cirios de los altares. Casi todo el vecindario estaba en la plaza, a pesar de la lluvia cada vez más fuerte.

Muchos miraban al negro espacio con expresión burlona. ¡Que chasco iba a llevarse! Hacía bien en aprovechar la ocasión soltando tanta agua; ya cesaría de chorrear tan pronto como saliese San Bernardo.
La procesión comenzaba a extender su doble cadena de llamas entre el apretado gentío.
– ¡Vitol al pare Sant Bernat! gritaban a la vez un sinnúmero de voces roncas.
– ¡Vitol a les chermanetes! añadían otros corrigiendo la falta de galantería de los más entusiastas.
Porque las hermanitas, las santas mártires Gracia y María, también figuraban en la procesión. San Bernardo no iba solo a ninguna parte. Era cosa sabida hasta por los niños que no había fuerza en el mundo capaz de arrancar al santo de su altar si antes no salían las hermanas. Juntas todas las caballerías de los huertos y tirando un año, no conseguirían moverle de su pedestal. Era éste uno de sus milagros acreditados por la tradición. Le inspiraban las mujeres poca confianza -según decían los comentadores alegres-, y no queriendo perder de vista a sus hermanas, para salir él de su altar habían de ir éstas delante».

La narración continúa. El escritor describe con gran soltura, magníficamente, el desarrollo del cortejo procesional, manifestación popular a caballo entre lo profano y lo religioso:

«El paso del santo provocaba profundos suspiros, dolorosas exclamaciones de súplica. Era un coro de desesperación y de esperanza.
– ¡Salveumos, pare Sant Bernat!… ¡Salveumos!
La procesión llegó al río, pasando y repasando el puente del Arrabal. Reflejáronse las inquietas llamas en las olas lóbregas del río, cada vez más mugientes y aterradoras. El agua todavía no llegada al pretil, como otras veces. ¡Milagro! Allí estaba San Bernardo que la pondría freno.
Después la procesión se metió en las lenguas del río que inundaban los callejones.

Era un espectáculo extraño ver toda aquella gente, empujada por la fe, descendiendo por las callejuelas convertidas en barrancos. Los devotos, levantando el hachón sobre sus cabezas, entraban sin vacilar agua adelante, hasta que el espeso líquido les llegaba cerca de los hombros. Había que acompañar al santo.»

Vicente Blasco Ibañez concluye el relato del final de la procesión de esta forma:

«Ya estaba al final de la callejuela, en el mismo río; se notaban los esfuerzos desesperados, el recular forzado de aquellos entusiastas, que comenzaban a sufrir el impulso de la corriente. Creían que cuanto más entrase el santo en el río, más pronto bajarían las aguas. Por fin, el instinto de conservación les hizo retroceder, y salieron de una callejuela para entrar en otra, repitiendo la misma ceremonia. De pronto cesó de llover.
Una aclamación inmensa, un grito de alegría y triunfo sacudió a la muchedumbre.
– ¡Vitol al pare Sant Bernat!…
¡Y aún dudaban de su inmenso poder los vecinos de los pueblos inmediatos?… Allí estaba la prueba. Dos días de lluvia incesante, y de repente no más agua: había bastado que el santo saliera a la calle.»

Aureliano J. Lairón Pla
Doctor en Historia, Archivero Municipal y Cronista Oficial de la ciudad de Alzira

 

  • NOTAS:
  • [1] – En Alzira las Bernardas son conocidas popularmente como Nardicas.
  • [2] – La palabra correcta es «Casalicios».
  • [3] – SANCHIS SIVERA, J., «Historia de San Vicente Ferrer », 1896, pp. 254-255.
  • [4] – San Vicente nació en 1350 y falleció en 1419. Los casalicios con las imágenes se erigieron sobre el puente que se denominaba en el S. XVIII de San Agustín, en 1717.
  • [5] – Nunca, que se sepa, el agua de ninguna riada ha sobrepasado las peanas de los santos en los Casalicios. De hecho, como dato anecdótico, podemos señalar, y se puede demostrar con la fotografía que ilustra este artículo, que la riada de 1982, la más terrible que hemos conocido, tampoco «mojó» los pies de las estatuas.
  • [6] – La fama milagrera de San Bernardo puede seguirse, entre otras, en las obras de GILBAU, H., «Vida martirio y milagros de San Bernardo », 1600, CERVERA, J., «Las tres Púrpuras de Alzira », 1707, GOIG COMPANY, J., «Historia de los Ilustres Mártires de Alcira », 1880, en el artículo de ALONSO CLIMENT, V., «Sant Bernat Miraculós», Butlletí d’Informació Municipal, 7. 1982, y en los antiguos Gotjos del santo.
  • [7] – Es una constante histórica la celebración de rogativas a los Santos Patronos. Así en el siglo XVIII, conocemos, al menos, implorando el cese de las lluvias las celebradas en noviembre de 1751 (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1-15, F. 151 r.154 v.), enero de 1763 (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1, 23, f. br.), marzo de 1778 (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1, 27, f. 12 v.), mayo de 1781 (A.MA., Libro de Actas, sign. 11301/1, 29, f. 30r.) y septiembre de 1791 (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1, 31, f. 118 v.) porque las aguas del río volvieran a su cauce en abril de 1752 y noviembre de 1753 (A.M.A., Libros de Actas, sign. 11301/1-16, f. 28 v. y f. 179 v.), enero de 1763 (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1, 23, f. 6r.), octubre de 1776 (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1-27, f. 67 v.), octubre de 1779 (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1, 28 f. 113 v.) reclamando las reliquias con motivo de riadas como en mayo de 1763 (AM.A., Libro de Actas, sign. 11301/1, 23, f. 35 r.), para que cesaran calamidades, como en septiembre de 1766 (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1, 24, f. 57 r.). Con posterioridad, en 1891, pocos años antes de que Blasco escribiera la novela Alzira tuvo necesidad de celebrar fiestas de acción de gracias a sus patronos: el Santísimo Cristo de la Virgen María, Nuestra Señora del Lluch y los hermanos mártires por el rendimiento y la calidad de las cosechas obtenidos después de las inundaciones (A.M.A., Libro de Actas, sign. 11301/1-107, f. 168 v.).

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